4/15/2018

Rodeado de niños y de niñas entusiasmados por la salida, volví a sentir la emoción de lo que supone ir de excursión: nervios, complicidad, risas y toda una aventura por delante. En el autobús me di cuenta que, a pesar de haber pasados bastantes años, hay cosas que no han cambiado. Los mayores y los gamberros siguen poniéndose en la parte de atrás, se sigue cantando a coro la de “ una sardina, dos sardinas…”, y el señor conductor sigue sin reírse. Ahora, eso sí, vamos todos con el cinturón de seguridad y yo ya me siento delante.


En mi cabeza, la idea de ir tantos niños y niñas juntos a una librería me parecía , como poco, arriesgada. Una vorágine de niños frente a una vorágine de libros solo podía tener un resultado: libros por el suelo, pisoteados, con las páginas dobladas y las tapas sucias; una clara derrota de nuestros amigos de papel. Pero para mi sorpresa, niños y librería parecían acostumbrados a la Vorágine. Con total naturalidad y en un armónico desorden, los estudiantes se entregaron a la búsqueda del tesoro. Unos compartían con sus compañeros los hallazgos mientras otros los anotaban celosamente en una hoja. Algunos ojeaban por encima varios títulos y otros se sentaban tranquilamente a leerlos de principio a fin. Pero todos, libros, niños y mayores, estábamos disfrutando.






Ante tanto desgaste neuronal decidimos comer algo y aquello pasó de ser una librería a un parque de libros. Sentados en el suelo, en sillas o en un sofá, los lectores compartían páginas, fruta y galletas. A mi incluso me invitaron a un té , lo que me dio un aire intelectual al ojear los libros que para nada se asemeja a la realidad.


Ya con el estómago lleno y las elecciones sobre el papel, los chicos y las chicas de tercer ciclo empezaron a leer cuentos a los más pequeños, quienes escuchaban atentos sentados en el sofá. Tras recoger un poco lo que habíamos revuelto y despedirnos de las simpáticas libreras, salimos a mojarnos a la ciudad.

De vuelta, ya sentado en el autobús , iba pensando lo bueno que me había parecido que fuesen los propios niños y niñas los que eligiesen sus libros, los que decidiesen en qué universo sumergirse, qué mundo descubrir. Siempre hemos regalado los libros a Luna, a partir de ahora, prefiero que sea ella quien los elija e ir de excursión a una librería.

Nando, papá de Luna (1º de primaria)






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