La escuela ha pasado en dos años de tener sólo 14 alumnos a recibir un premio nacional por su formación innovadora
28.11.11 - 00:07 -
ÁLVARO SAN MIGUEL | SANTANDER.
El Colegio Vital Alsar ha ganado este año el premio nacional del XI Concurso de Experiencias Educativas, gracias a un proyecto que conjuga la didáctica con la educación artística y emocional. Dos años antes, un colectivo de padres y profesores diseñaron un innovador proyecto educativo llamado 'A volar' y se lanzaron a la búsqueda de un colegio donde ponerlo en práctica. Ese centro fue el Vital Alsar, en Cueto, donde sólo había 14 alumnos procedentes de un asentamiento de familias de etnia gitana.
La educación que reciben ahora mismo los 54 niños del colegio se asienta sobre dos pilares: por un lado, el respeto y el diálogo con el niño; y por otro, la participación de maestros, familias y alumnos en la construcción del colegio. «El niño es un miembro de la comunidad educativa al mismo nivel que los adultos. Tenemos en cuenta sus opiniones y sus propuestas como si vinieran de un padre o un educador», explica una de las seis maestras del centro, Isabel Campo.
Para entender en qué consiste esta filosofía sólo hay que entrar en 'La Isla'. Se trata de un aula sin pupitres ni pizarra. Entre sus cuatro paredes sólo hay sitio para las palabras. Allí se celebra todos los viernes una asamblea en la que participa toda la comunidad educativa: alumnos, padres y profesores. Niños y adultos hacen sus propuestas y comparten sus sentimientos con los demás. Las peticiones van desde lo práctico -«queremos redes en las porterías»-, hasta lo utópico -«una profesora de gimnasia guapa»-. Para casi todo hace falta dinero, pero la pequeña Ariadna hace honor a su nombre y muestra el camino: «¿Por qué no vendemos camisetas con arco iris?». Da la sensación de que en 'La Isla' hay solución para cualquier naufragio, que también los hay.
«El primer año fue muy duro. Muy emocional. Y este inicio de curso, también», comenta un grupo de padres tras salir de la asamblea en 'La Isla'. «Hemos tenido muchos conflictos. Entre los niños y entre nosotros». Al finalizar el primer curso, algunos padres dejaron el centro porque no compartían la visión de la mayoría.
La implicación de las familias es otra de las particularidades del colegio. Todos se organizan para aportar lo que los niños necesitan. «Somos pocos, así que todos estamos en un montón de comisiones», bromea Marcos García, padre de Vera y Héctor. Tienen comités de varios tipos: pedagógico, de sostenibilidad, de biblioteca, de comunicación y futuro, de arreglos y de educación emocional. «La idea es construir todos juntos el proyecto», explica otro padre, Valentín González.
Pero, ¿en qué se diferencia el Vital Alsar de otros colegios? Por ejemplo, en la educación emocional. «Cuando tenemos un conflicto se detiene la actividad y se busca una solución consensuada», resume Fernando Diego, el director del colegio. Otra característica es que se trabaja con mucha flexibilidad. Aunque se planifiquen las clases, en cualquier momento puede surgir una situación que requiera un cambio. «No imponemos nada», dice el director. «Cada uno tiene unos ritmos, así que nosotros nos adaptamos a ellos. Es una educación más individualizada», añade la maestra Isabel Campo.
Reproducir la propia vida
La parte estrictamente formativa también resulta innovadora: «Nuestra filosofía es crear contextos de aprendizaje que reproducen situaciones de la vida cotidiana: un barrio, un laboratorio, una editorial... Pensamos que no se puede separar, por ejemplo, el aprendizaje matemático, de la competencia social y ciudadana», explica el director.
La duda está en saber si el tiempo dedicado a la educación emocional resta tiempo a la parte formativa. «Combinamos las dos cosas», aclara el director del centro. «Intentamos dar ejemplo a los niños, hablando y escuchando mucho. No es que la educación emocional tenga un currículo propio, sino que impregna todas las actividades del centro».
Los padres están conformes con la calidad formativa que reciben sus hijos. «El porcentaje de horas de contenidos académicos se cumple en las tres materias obligatorias: Matemáticas, Lengua y Conocimiento del Medio», explica Miriam Gómez, que además de madre es docente. «El año pasado estuvimos en el punto de mira de la inspectora, que vigiló muy de cerca el cumplimiento de los objetivos», subraya Chiqui Nieto, otra de las madres.
Los padres tienen claro que hay que tener paciencia. «Todavía no tenemos un recorrido tan largo como para hacer una evaluación. Pero lo bueno es que todos los niños quieren venir al colegio». Héctor, de 9 años, no lo tiene tan claro: «Hay días que me apetece un montón y otros que no quiero venir». Eso sí, que le traten como a un adulto le encanta, y él se comporta como tal: «Lo bueno que tiene este colegio es que se puede hablar con algunos profesores».
La madurez del niño es la meta de este proyecto. «Queremos -dice el director- que los chavales se conviertan en personas críticas y que vivan en armonía. Personas que sepan discernir lo que les ofrece la sociedad. Lo que no se puede hacer es dar a un niño todo masticado y a los 18 años dejarle libre para que tome las riendas. Eso tienen que aprenderlo desde pequeños».
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